Noticias

A las 7:30 de la mañana de este miércoles, el alcalde Rafael Surillo llamó a su equipo al cuartel que improvisaron en el hospital municipal de Yabucoa, un pueblo en la costa sureste de Puerto Rico por donde entró el ojo del huracán María.

Estaban incomunicados y, aunque había amanecido, era imposible salir a socorrer a la comunidad porque ni siquiera ellos estaban a salvo con los vientos del ciclón.

Había incertidumbre. Algunos daban por hecho que el techo del hospital les caería encima cuando la treintena de funcionarios de la agencia de manejo de emergencias se postró alrededor de una mesa “Vamos a sobreponernos. Dios no pone cargas en hombros que no pueden sostenerla”, dijo Surillo compungido mientras las ráfagas golpeaban con más fuerza. “Va a ser difícil… pero lo vamos a lograr”.

Algunos trataron pero no pudieron contener las lágrimas, cuando el alcalde recordó un tema que muchos habían tratado de evadir para no distraerse: todos habían dejado a sus hijos, esposos y padres en casas. Se asomaron más de 30 veces a la puerta para sentir las cortantes ráfagas del huracán.

Surillo trató de calmar a su gente, aunque reconoció que Yabucoa estaba “devastado”. Incluso ellos, los funcionarios encargados de afrontar la emergencia necesitaban ayuda para afrontar el embate de María.

“La infraestructura principal del pueblo está destruida. El cuartel municipal perdió el techo, a la cancha de pelota se le fue el techo, desde aquí vimos que a la plaza del mercado se le fue el techo”, había dicho a Univision Noticias minutos antes de que María destruyerá el carro de un equipo de prensa.

Vientos que tapaban los oídos

A esa hora, los rostros de los funcionarios eran de preocupación en los pasillos del hospital. “¿Cuánto más lo podremos resistir?, se preguntaban algunos mientras al caminar trataban de no pisar la ropa mojada, los charcos y la comida que los vientos habían tirado minutos antes. “Hay que orar”, recomendaban otros.

María llevaba casi tres horas rugiendo y esperaban que lo siguiera haciendo por varias más. Al alcalde le preocupaba que el huracán se hubiese llevado infraestructura que, en medio de la crisis económica que golpea a la isla, les había costado tanto levantar. “Verla colapsada nos llena de mucha tristeza”, lamentó.

También le angustiaban las lluvias que amenazaban con inundar al pueblo tras el azote de los potentes vientos. Algunas ráfagas alcanzaron las 150 millas por hora durante la madrugada en los alrededores del hospital, estimó Ahmed Molina, director de manejo de emergencias del municipio. Se sintieron con tanta fuerza que tapaban los oídos.

El embate de María también afectó al hospital. Ventanas explotaron y el agua se filtraba por el techo. “Vamos a ver cuando llegue a mi casa para ver qué queda”, dijo Maribel Díaz, supervisora del laboratorio del hospital, a un grupo de enfermeros y empleados que se preguntaban unos a otros si alguien había podido comunicarse.

También se preguntaban cuándo María terminaría de cruzar a Puerto Rico. Pasaban las horas y el viento no cesaba. El único televisor por el que los pacientes y enfermeros permanecían pegados a las noticias se hizo trizas con una de las ráfagas que destruyó la sala de espera del hospital.

Todos seguían intentando en vano comunicarse con algún familiar. Algunos se asomaban por la rendija de la puerta de entrada o se aventuraban a abrirla para sentir la intensidad de los vientos. Entraban a contar cómo vieron techos volar en medio de pequeños remolinos que se formaron detrás de la instalación y cómo se inundaba la calle principal.

Cerca de las 2:00 de la tarde las ráfagas comenzaron a ceder. Salimos con un grupo de emergencias en el primer recorrido que se hizo por el centro del pueblo. El panorama confirmó los temores que había dentro del hospital: casas a las que se les había ido el techo, negocios a los que les explotaron los vidrios, calles bloqueadas por postes del tendido eléctrico o inundaciones.

“Esto está destruido, nunca había visto algo así”, decían los funcionarios de emergencia mientras comenzaban a evaluar los daños. “Cómo estarán en la montaña”, se preguntaban al pasar las 12 horas en las que Yabucoa estuvo a merced de María.