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WEST COVINA, California — La luz del sol se abrió camino entre las nubes bajas que cubrían las canchas públicas de tenis en Palm Park, a 15 minutos de la casa de la familia de Ernesto Escobedo. Pero Neto, como le dicen, siguió empacando sus ocho raquetas. Había empezado a llover de nuevo. Miró hacia el oeste, donde estaba más iluminado.

“Intentemos en Carson. Veamos si ahí están secas las canchas”, dijo antes de dirigirse a ese centro de entrenamiento de la Asociación de Tenis de Estados Unidos (USTA, por su sigla en inglés), a unos 32 kilómetros de distancia.

Fue el día antes de que viajara a Acapulco, donde participó en el Abierto Mexicano Telcel, el torneo profesional más prestigioso de México y para el que tenía entrada de comodín.

“Es como jugar un torneo de local”, comentó Escobedo. “Mis tías, tíos y primos estarán ahí”.

Su camino para ser parte de los mejores cien del tenis –actualmente ocupa la posición 104, justo detrás del colombiano Santiago Giraldo– comenzó en un patio trasero en México, donde su abuelo le enseñó a jugar a su padre.

Y ahora Escobedo, de 20 años y quien se crió en las canchas públicas de Los Ángeles, está abriendo camino en el deporte para los jóvenes mexicano-estadounidenses con una historia similar a la de las hermanas Williams, tanto por su origen como su improbabilidad.

No es difícil notar cuáles son algunos de los factores que hacen que Escobedo sea una gran promesa: un saque que supera los 217 kilómetros por hora, la fuerza de su golpe de derecha, el poder detrás de su complexión de 1,85 metros y 85 kilogramos, la seguridad con la que empuña su raqueta Babolat y la precisión de sus recorridos a lo largo de la línea de fondo.