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Después de que el huracán María destruyera el puente que lo conecta al resto de la civilización y arrancara el techo y las paredes de su casa, aquí en las montañas centrales de Puerto Rico, Ramón Sostre izó una bandera de Estados Unidos sobre los escombros.

Su mensaje para el mundo era: “Estoy vivo, soy estadounidense”.

Funcionó temporalmente. Llegaron helicópteros. También llegó una lona, algo de comida y agua embotellada.

Más de un tercio de los hogares en este territorio de Estados Unidos, incluyendo a la mayoría de la comunidad de Sostre, no tienen agua potable fiable en casa: aproximadamente 1 millón de ciudadanos estadounidenses.

Un mes después del devastador paso del huracán María, estas realidades comienzan a sentirse menos como una emergencia y más como la nueva forma de vida: una pesadilla que vuelve a comenzar cada día, cuando el sol sale.

“Te despiertas y ves este desastre, hasta donde alcanza la vista”, me dijo Sostre.

El gobierno de Estados Unidos dice que está decidido a ayudar a Puerto Rico, pero se enfrenta a circunstancias desafiantes, incluyendo algunas vías que son estrechas, están enlodadas y son intransitables para vehículos grandes que llevan ayuda.

La isla también tenía problemas preexistentes con sus sistemas de electricidad y alcantarillado y acueducto. Puerto Rico “es una isla ubicada en medio de un océano… un océano realmente grande”, dijo el presidente Donald Trump el 26 de septiembre, haciendo que el huracán María sea más lejano que los otros dos huracanes que golpearon al territorio continental de Estados Unidos recientemente: Harvey e Irma.

Después de viajar por la isla durante tres días y de entrevistar a habitantes y autoridades federales y expertos, queda claro que el nivel de sufrimiento supera el nivel de alivio.

Buena parte de la isla parece que hubiera sido golpeada por el huracán ayer, no hace un mes.

Las montañas están cubiertas de árboles sin ramas. Las líneas eléctricas están enredadas. Las láminas de metal de los tejados y las vallas se han convertido en tiras blandas de goma de mascar, esparcidas en las colinas. Y no solo personas como Sostre están expuestas a esos elementos: tristemente, los suministros de agua limpia y potable son inadecuados y los expertos en salud ambiental temen una emergencia de salud pública.

Este martes, la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA, por sus siglas en inglés), dijo que tiene a 1.700 de sus empleados desplegados en Puerto Rico y las Islas Vírgenes estadounidenses, que también resultaron devastadas por el huracán María. Sin embargo, unos 2.600 empleados 900 más– siguen desplegados en respuesta al huracán Harvey, casi dos meses después de que ese ciclón golpeara a la Costa del Golfo, en territorio continental de Estados Unidos.

En su defensa, los funcionarios de la agencia señalan que otros 20.000 empleados federales y militares fueron desplegados para responder a la emergencia causada por María.

“Por favor, entiendan que cada desastre es diferente geográfica y demográficamente, y que no hay punto de comparación entre uno y otro (…) es como comparar manzanas con naranjas”, dijo FEMA en una declaración enviada por correo electrónico. “Por favor, tengan en cuenta que los números no salvan o mejoran vidas, las misiones y el progreso sí ; por ejemplo, (Texas) puede necesitar a más personas para apoyar la vivienda, mientras que Puerto Rico puede necesitar más generadores y polos para soportar la red eléctrica”.

Pero otros piensan muy distinto.

“Creo que aprendimos la lección después del huracán Katrina, cuando la respuesta fue horrible, tan lenta como incompetente”, dice John Mutter, profesor de la Universidad de Columbia y experto en ayuda internacional en caso de desastres. “En Puerto Rico, no parece que hayamos aprendido nada, o simplemente no nos importa”.

‘Si no tomo agua voy a morir’

La situación es especialmente grave con el agua.

Puerto Rico tiene 3,4 millones de habitantes y cerca del 35% de los hogares no tienen acceso a agua potable segura en este momento, según los cálculos del gobierno. La Organización Mundial de la Salud (OMS) dice que una persona necesita al menos 2,5 litros de agua al día, solo para beber, y que la asignación diaria recomendada para cocinar lo básico y la higiene es de 15 litros.

FEMA ha suministrado 23,6 millones de litros 6,2 millones de galones de agua embotellada y agua en tanques desde que el huracán golpeó a la isla el pasado 20 de septiembre, según Justo Hernandez, coordinador federal encargado de la FEMA. Eso incluye, aseguró el funcionario, el agua que se ha entregado a hospitales y centros de diálisis.

Eso significa solo el 9% de las necesidades de agua potable que tiene todo el territorio.

Y el número se reduce aún más si se tiene en cuenta el agua necesaria para cocinar y para la higiene.

“El potencial de (contraer) cólera y enfermedades diarreicas es muy alto” sin agua embotellada, dice Mutter.

Grupos de voluntarios y organizaciones sin ánimo de lucro también están ayudando con suministros y FEMA dice que ha distribuido tabletas para purificar el agua y asegura que desplegó seis sistemas de filtros móviles.

Pero muchos residentes siguen desesperados, semana tras semanas, por beber agua.

Las filas para conseguir agua potable o no– son largas en muchas partes de la isla. Los rumores de contaminación son desenfrenados. Aunque ya varios grifos volvieron a funcionar, a los residentes les preocupa beber directamente de ellos, pues algunos surten un líquido turbio. La Autoridad de Acueductos y Alcantarillados, empresa pública encargada del servicio en Puerto Rico, recomienda hervir el agua y agregarle blanqueador incluso después de que el servicio se haya restaurado por completo.

La situación es tan desesperada, que en Dorado, cerca de San Juan, CNN ha informado que la gente está rompiendo una cerca marcada con la palabra “peligro” para sacar agua de un pozo en un área conocida por estar contaminada con químicos industriales vinculados con el cáncer. FEMA está haciendo pruebas en el agua del pozo de la zona.

“Si no bebo agua, voy a morir. Entonces podría beber de esta agua”, dijo un residente.

‘Salgo de mi cama y hay agua’

Hernández, de FEMA, dice que los esfuerzos para ayudar a la isla son una “maratón”, no una carrera de corta distancia.

Pero Trump ya ha hecho énfasis en la naturaleza finita de la ayuda federal.

“No podemos dejar a FEMA, al Ejército y a los equipos de primera respuesta, que han estado increíbles (bajo las más circunstancias más difíciles), para siempre en Puerto Rico”, tuiteó Trump el pasado 12 de octubre.

Carmen Rivera Rodríguez, de 55 años, no vio el tuit. No ha escuchado casi nada sobre Trump o la respuesta federal al huracán. Cuando nos conocimos afuera de un supermercado en Comerío, unos 32 kilómetros al sureste de Sostre y su bandera de Estados Unidos, me dijo que ni siquiera ha podido hablar con su hijo en el territorio continental de Estados Unidos porque prácticamente no hay servicio de celular el 75% de la antenas quedaron averiadas– y no tiene automóvil.

Rivera tenía un yeso en su brazo izquierdo. Se cayó mientras trataba de sacar el agua de la sala de su casa.

Eso fue el 11 de octubre, 21 días después del huracán.

Me invitó a su casa, que está en una vía despejada y accesible en el lado de una montaña. Cuando entras, tus pies se sumergen en agua. Eso era lo que estaba tratando de limpiar cuando se resbaló y se cayó.

Su hogar se quedó sin techo, salvo en la cocina y en un pequeño garaje, donde duerme. Y últimamente llueve casi todas las tardes. “Imagina. Salgo de mi casa y hay agua. Voy al baño y tengo que llevar una sombrilla”, dice.

La misma semana que Trump visitó Puerto Rico, lanzando rollos de toallas de papel a las víctimas del huracán, el 3 de octubre, Rivera me dijo que oyó a un camión acercarse con altoparlantes, lanzando lo que parecía una buena noticia: empleados del gobierno de Estados Unidos estarían en la ciudad al día siguiente.

A la mañana siguiente, se despertó a las 4 de mañana y fue hasta el lugar donde debía postularse para recibir una lona que la cubra de la lluvia en su casa. Esperó durante horas en una fila y llenó el formulario del gobierno, cuenta.

El 15 de octubre, 25 días después del paso del huracán, la lona no había llegado a la casa.

Hernández afirma que la FEMA ha distribuido 38.000 lonas en la isla y que cerca de 60.000 casas necesitan ayuda con sus techos.

‘Soy estadounidense’

Puerto Rico es parte de Estados Unidos y, sin embargo, no lo es.

Es un territorio de la nación más rica de la Tierra, un país fundado en oposición al colonialismo. Es un lugar donde el gobierno federal supervisa una crisis financiera y controla ciertos aspectos del comercio y los envíos de mercancía, pero donde los estadounidenses no pueden votar para elegir presidente en las elecciones generales, y cuyo único representante en el Congreso tampoco tiene voto.

Sostre, el hombre que quedó atrapado del otro lado del puente destruido, tenía razón en izar la bandera de EE.UU. sobre su hogar y decir “soy estadounidense”.

Rivera, en cambio no piensa mucho en la política. Solo quiere estar a salvo… y seca.

Las noches son las más difíciles. Y Rivera cuenta que le reza a Dios pidiéndole que si llega otro huracán, ella no sobreviva. “No estoy lista para vivir algo así de nuevo”, dice, llorando.

La verdad es que todavía lo está viviendo.