SUTHERLAND SPRINGS, Texas.- Cuando su hija corrió a la habitación para decirle que se oían disparos en la iglesia bautista, Stephen Willeford buscó su rifle, lo sacó de la caja fuerte, lo cargó de balas y salió a la calle sin tiempo de ponerse los zapatos.
“Pop pop pop pop. Sabía que cada uno de esos disparos representaba a alguien”, explicó Willeford en una entrevista con una televisora local. Vio al agresor vestido de combate y le respondió con disparos.
Tanto el atacante, Devin Kelley, como quien lo confrontó usaban un rifle de asalto estilo AR-15. El vecino hirió al asesino, logró que soltara su arma y lo persiguió por la carretera. Dejaron atrás la iglesia de Sutherland Springs donde centenares de balas acabaron con la vida de 26 personas e hirieron a otras 10 de gravedad.
Desde el domingo, Stephen Willeford es el héroe de esta zona rural donde lo común es tener un arma en casa o llevarla encima. Para los proarmas, Willford es la prueba de por qué es necesario portar una pistola.
Pese a los 59 asesinados en el cruel ataque de Las Vegas este octubre, los 49 muertos en un club de Orlando en junio de 2016, los 26 de la iglesia texana y los más de 300 en lo que va de año, los defensores de las armas aseguran que una pistola es la manera de encarar esta lacra en aumento.
El presidente Donald Trump también ha reafirmado su posición política después de la masacre en Texas: dijo que no sirve de nada legislar a favor de más controles; al contrario.
“Podrías no haber tenido a esta persona valiente que resultó tener una pistola o un rifle en su troca, salió, lo disparó, lo tocó y lo neutralizó. Y solo puedo decir esto: si él no hubiera tenido un arma, en vez de 26 muertos, hubieras tenido centenares más de muertos”, dijo este martes desde Corea del Sur.
En Texas, más de un millón de habitantes tiene licencia para portar armas. Además, pueden llevar —y llevan— armas al Capitolio, al trabajo, a la iglesia y a la universidad. El mismo gobernador, Greg Abbott, ha exhibido escopetas y pistolas. Demócratas y republicanos las tienen. Y en los últimos años, y enmarcado en una tendencia de muchas legislaturas estatales, las leyes se han encaminado a ser más dóciles con quien lleva armas.
A pesar de los 26 asesinados que no pudieron defenderse del rifle AR-15, la acción de Stephen Willeford da razones en Sutherland Springs para seguir más fieles que nunca a la “cultura texana de las armas”.
“Nuestro héroe local es ahora un hombre que llevaba un arma”, dice Alma Danks, una militar retirada de origen mexicano, en su casa a las afueras de la localidad.
Sandra Shaw, una agente de seguridad que desde niña va a la First Baptist Church, asegura que en su familia van armados para protegerse: “No sabes cuánto tiempo van a tardar las autoridades en llegar, sobre todo cuando estás en un lugar alejado como este”.
Jerry Pesina lleva tan solo unos meses viviendo en esta zona rural de Texas. No tiene pistola, pero la matanza en la iglesia le ha hecho pensar. “Tenemos que comprar una”.
Una mujer en los 40 acompañada de un hombre entra en Acme Guns and Gear, una tienda de armas cercana a Sutherland Springs.
Le comenta al propietario, Fred Ohnesorge, que se ha dado cuenta de que tener la pistola en la guantera o en la cómoda no sirve para nada; quiere llevarla colgada. Al lado, un empleado le explica a un cliente de unos 60 años cómo amarrarse el arma en el pantalón mientras maneja para poder actuar en caso de atraco. En Texas es legal —con excepciones— cargar con armas en la ropa, ya sea escondidas o a la vista.
“Cuando ocurre un tiroteo masivo, uno se pregunta qué hubiera pasado si fuera yo, qué tan preparado hubiera estado si pasara en el centro comercial, o en el Whataburger, o en la iglesia”, dice Ohnesorge, que lleva tres décadas vendiendo armas y joyas en su tienda.
La cultura de las armas está tan arraigada en estos pueblos de Texas que este comerciante no cree que vayan a aumentar las ventas. Pero sí ha visto cómo los propietarios de armas cada vez compran más complementos para llevarlas encima.
“Odio las armas”. Es lo primero que dice Danna Watkins cuando la saludan. Recorrió esta mañana 125 millas con su marido y su nieto para instalarse delante de la iglesia bautista de Sutherland Springs. Está rodeada de camiones satelitales, cámaras, focos y periodistas que buscan hacer sus crónicas con el templo acordonado de fondo.
Y lo segundo que dice es que lleva 28 años regalando peluches en lugares donde hay tiroteos. Su hermano murió baleado hace cuatro décadas y ahora ella es una ferviente defensora de que haya más regulaciones para comprar armas.
“Esto va a más, a más y a más”, explica preocupada sobre los tiroteos masivos. “En Texas no estamos en la era de los cowboys y los indios. Pero parece que nos estemos convirtiendo de nuevo en el Wild Wild West”.